lunes, 22 de septiembre de 2008
Historia en diferentes tiempos verbales
Presente: Me entra el pánico en el baño, me da claustrofobia pero me calmo pronto empapándome la cara. Salgo del baño y me apresuro para asegurarme en mi asiento. Espero lo mejor de la situación.
Futuro: Te empezará a entrar el pánico en el baño, te dará claustrofobia pero te calmarás pronto empapándote la cara. Saldrás del baño y te apresurarás para asegurarte en el asiento. Esperarás lo mejor de la situación.
Pasado: Le empezó a entrar el pánico en el baño, le dio claustrofobia pero se calmó pronto empapándose la cara. Salió del baño y se aseguró en su asiento. Esperó lo mejor de la situación.
Historia con preguntas
¿Cómo me ubico yo dentro del ensayo "Los hijos de la Malinche" de Octavio Paz?
El ensayo de “Los hijos de la Malinche” del renombrado Octavio Paz expresa la idea y descripción de los mexicanos en la actualidad tanto como individuo y como sociedad. En los primeros párrafos, resulta clara la idea que el autor ha creado del mexicano: (los mexicanos), “No somos gente segura y nuestras respuestas como nuestros silencios son imprevisibles, inesperados. Traición y lealtad crimen y amor se agazapan en el fondo de nuestra mirada.”[1]
En esta cita se expresa la idea principal de un mexicano: personas que no expresan sus sentimientos, ni siquiera con sus seres más queridos, porque consideran que eso sería “rajarse” como personas; abrir su interior para estar expuesto y poder ser herido. Para los hombres mexicanos, esto es solo una acción realizada por las mujeres, pues son las que están “rajadas” de por vida y siempre abiertas. Los hombres deben ser los fuertes que mantienen la sociedad en pie. Esta característica de ser una persona hermética me parece ser similar a mi forma de ser, pues con pocas personas encuentro la confianza de poder expresarme plenamente y aun así no consigo acostumbrarme a desarrollar el hábito.
A su vez, Paz menciona a los mexicanos como personas que les importa poco todos y todo. Se creen seres inferiores y es tanta su inseguridad que ni siquiera trabajando en equipo pueden superarse o sacar adelante un proyecto, pues no creen en el trabajo con la comunidad, en la solidaridad o en la empatía; sólo están ellos y nadie más en este mundo. Históricamente, este sentimiento o actitud de aislamiento se debe a que los primeros “mexicanos” fueron obra de una violación (Hernán Cortés con la Malinche).
Muchos mexicanos nos podemos sentir identificados con este ensayo pues dice muchas características típicas y que a lo largo de la historia han sido muy presentes desde la conquista. Aunque la redacción y manejo de palabras puede parecer muy hostil, es una opinión digna de considerarse.
[1] Paz, Octavio; El laberinto de la soledad; 3ra ed.; Ed. Fondo de la Cultura Económica; México; 2004; Pág. 72
Cómo y cuándo conocí a mi amigo imaginario
Llegamos a mi casa, y por fin pudo salir el pingüinito. “Te llamarás ‘Pingϋi’” le dije. Y él lo aceptó con gusto. Así fue como Pingϋi y yo comenzamos a siempre estar juntos. Le daba de comer, me acompañaba a las vueltas con mi mamá, lo bañaba, jugábamos a “La comidita” juntos y por supuesto, dormía conmigo. Al cabo de unos años, y mientras todos en mi familia crecíamos, Pingϋi se quedaba igual, eso fue muy curioso, pero no le presté atención. Comenzamos a viajar mi familia y yo, y Pingϋi me acompañaba. Fuimos a Las Vegas, a San Bernardino a esquiar, al Parque Nacional Sequoia, San Francisco y Sacramento en California, a Los Mochis en Sinaloa, incluso creo que al Distrito Federal y también a Guerrero Negro en Baja California. Fue aquí donde sí empecé a notar cambios en Pingϋi: su mirada se hacía más profunda, su carita mostraba madurez y sabiduría (aunque es chistoso decir esto pues, ¿Cuánta sabiduría puede tener un pingüino? Pues Pingϋi me demostró que mucha).
En el último viaje que realizamos juntos, fue a Europa. Pingϋi subió hasta lo más alto de la torre Eiffel y fue ahí donde aprendió a volar. Imagínense mi satisfacción y felicidad de saber que Pingϋi por fin podía cuidarse solo, así como yo pronto lo aprendería. Desde ese viaje Pingϋi y yo somos personas muy independientes. Ya no lloro ni me angustio cuando él no está conmigo o cuando pienso que lo he perdido, pues ahora sé que donde quiera que esté, esta muy bien, sano y feliz recordando todo lo que él y yo vivimos juntos.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Crónica por el centro de Tijuana
A las 7:10 le dejé mi trabajo de diseño a Alan Manríquez para que me lo cuidara pues él es del otro salón de comunicación. A continuación, Gloria, Alejandra, Héctor y yo salimos al café Kokorokó para pedir un café. Dos minutos después, me doy cuenta que aún faltan cuatro pedidos más para que ya empiecen a preparar el café de Gloria y después el mío. Pero ya no había vuelta atrás, ya lo habíamos pagado.
Ocho minutos pasaron y siendo las 7:20, bajamos al carro de la profesora donde ella nos esperaba para darnos un aventón a la parada de autobuses que van al centro. En el carro íbamos Roberto, Alejandra, Héctor, Gloria y yo. Fueron diez minutos más en lo que esperamos al resto de los alumnos en que llegaran a la parada del autobús y hasta que llegó un camión que nos transportaría al centro.
7:38 am, Alejandra y yo estamos algo nerviosas y ansiosas porque será nuestra primera vez subiéndonos a un camión de transporte público. Y un minuto después llega el camión. Héctor me paga el pasaje porque yo no traía cambio en monedas y Alejandra, Gloria y yo nos sentamos casi juntas. Me sorprendí al ver que el interior del camión no estaba tan mal como me lo esperaba. Se veía limpio y había gente decente a estas horas de la mañana.
Llegamos al centro a las 8:05 am y comenzamos a caminar por las calles principales. Entramos a un mercado techado donde sólo había unos cuantos locales abiertos y otros medio abiertos. Pasamos por uno donde vendían muchas estatuas de la Santa Muerte de todos tamaños y colores. A todos nos impactó mucho un amuleto de la pared con una cabeza de conejo real y otro con patas de cabra; fue triste ver eso. Casi al final del mercado, estaban unas tiendas donde vendían quesos, y aun recuerdo el olor a queso fresco tan desagradable que se me hace. Lo detesto, se me hace tan insoportable y para colmo, no se me puede salir de la mente los grandes trozos de queso que se iban de lado de lo aguado que estaban. Incluso una muchacha de Diseño Grafico exclamó “¡Asco!” al pasar por ahí y obviamente el dueño la escuchó pero este sólo se rió.
Nos encontramos con Lupita y Liliana por la avenida Revolución cerca del Kentucky Fried Chicken (ahora sólo KFC) a las 8:15 de la mañana y sólo alcanzamos a ver una enorme e inaguantable fila de carros para cruzar a los Estados Unidos. Continuamos caminando por la Avenida Revolución y pasamos un bar de homosexuales muy peculiar y aproximadamente 8 minutos después, Violeta pisa un condón, aparentemente usado, que estaba en el piso extendido. Presencié una experiencia desagradable pero ¿ya que podíamos hacer?
Fue muy peculiar ver todas las calles del centro tan transitado casi vacías, con excepción de mi grupo tan distinguido de estudiantes, de empleados de restaurantes de comida hogareña o de las prostitutas que se encontraban en la calle Coahuila. Afortunadamente no tuvimos problemas con ningún individuo embriagado o alguien que se quisiera propasar pues venían con nosotros compañeros muy bien dotados de músculos. El cemento de las banquetas por el que caminábamos se veía muy sucio e incluso llegaba a oler a orina por las esquinas de las entradas a los locales y habían charcos de higiene dudosa en medio del camino.
En la última plaza que visitamos, Violeta le regaló a Héctor unos Pingüinos Marinela porque era su cumpleaños. Algunos compañeros habían bromeado con llevarlo a algún bar para celebrar pero obvio era demasiado temprano para ese tipo de celebraciones.
Comenzamos el camino de regreso al carro de Lupita a las 8:30 y ella tuvo que esforzarse para recordar bien dónde lo había dejado. Por suerte, no perdimos mucho tiempo y cinco minutos después ya estábamos dentro del carro.
Su carro, comparado con el aspecto del centro era comodidad y seguridad. Tomamos el camino del Libramiento para llegar a Playas evitando el tráfico pesado de la vía rápida y en poco tiempo, llegamos a la universidad exactamente a las 9:00 am. En el tiempo que bajamos nuestras cosas y llegamos a nuestros salones respectivos se hicieron otros 3 minutos y de ahí en adelante, transcurrió un martes normal y relajado en la UIA para nosotros los alumnos de nuevo ingreso.