Eran las 7:05 am de un martes del mes de septiembre. Hacía frío y yo acababa de llegar a la universidad. Es un edificio de diseño peculiar, parece estar perdido en el tiempo entre el pasado y el presente. La distribución de los salones y escaleras no tiene uniformidad y los colores del exterior se llegan a confundir con los cerros de tierra que rodean la universidad. En fin, llegué al marco de la puerta de mi salón y estaban pocos compañeros esperando a la profesora. Este día nos iríamos al centro de Tijuana para conocerlo antes de que se llenara de gente.
A las 7:10 le dejé mi trabajo de diseño a Alan Manríquez para que me lo cuidara pues él es del otro salón de comunicación. A continuación, Gloria, Alejandra, Héctor y yo salimos al café Kokorokó para pedir un café. Dos minutos después, me doy cuenta que aún faltan cuatro pedidos más para que ya empiecen a preparar el café de Gloria y después el mío. Pero ya no había vuelta atrás, ya lo habíamos pagado.
Ocho minutos pasaron y siendo las 7:20, bajamos al carro de la profesora donde ella nos esperaba para darnos un aventón a la parada de autobuses que van al centro. En el carro íbamos Roberto, Alejandra, Héctor, Gloria y yo. Fueron diez minutos más en lo que esperamos al resto de los alumnos en que llegaran a la parada del autobús y hasta que llegó un camión que nos transportaría al centro.
7:38 am, Alejandra y yo estamos algo nerviosas y ansiosas porque será nuestra primera vez subiéndonos a un camión de transporte público. Y un minuto después llega el camión. Héctor me paga el pasaje porque yo no traía cambio en monedas y Alejandra, Gloria y yo nos sentamos casi juntas. Me sorprendí al ver que el interior del camión no estaba tan mal como me lo esperaba. Se veía limpio y había gente decente a estas horas de la mañana.
Llegamos al centro a las 8:05 am y comenzamos a caminar por las calles principales. Entramos a un mercado techado donde sólo había unos cuantos locales abiertos y otros medio abiertos. Pasamos por uno donde vendían muchas estatuas de la Santa Muerte de todos tamaños y colores. A todos nos impactó mucho un amuleto de la pared con una cabeza de conejo real y otro con patas de cabra; fue triste ver eso. Casi al final del mercado, estaban unas tiendas donde vendían quesos, y aun recuerdo el olor a queso fresco tan desagradable que se me hace. Lo detesto, se me hace tan insoportable y para colmo, no se me puede salir de la mente los grandes trozos de queso que se iban de lado de lo aguado que estaban. Incluso una muchacha de Diseño Grafico exclamó “¡Asco!” al pasar por ahí y obviamente el dueño la escuchó pero este sólo se rió.
Nos encontramos con Lupita y Liliana por la avenida Revolución cerca del Kentucky Fried Chicken (ahora sólo KFC) a las 8:15 de la mañana y sólo alcanzamos a ver una enorme e inaguantable fila de carros para cruzar a los Estados Unidos. Continuamos caminando por la Avenida Revolución y pasamos un bar de homosexuales muy peculiar y aproximadamente 8 minutos después, Violeta pisa un condón, aparentemente usado, que estaba en el piso extendido. Presencié una experiencia desagradable pero ¿ya que podíamos hacer?
Fue muy peculiar ver todas las calles del centro tan transitado casi vacías, con excepción de mi grupo tan distinguido de estudiantes, de empleados de restaurantes de comida hogareña o de las prostitutas que se encontraban en la calle Coahuila. Afortunadamente no tuvimos problemas con ningún individuo embriagado o alguien que se quisiera propasar pues venían con nosotros compañeros muy bien dotados de músculos. El cemento de las banquetas por el que caminábamos se veía muy sucio e incluso llegaba a oler a orina por las esquinas de las entradas a los locales y habían charcos de higiene dudosa en medio del camino.
En la última plaza que visitamos, Violeta le regaló a Héctor unos Pingüinos Marinela porque era su cumpleaños. Algunos compañeros habían bromeado con llevarlo a algún bar para celebrar pero obvio era demasiado temprano para ese tipo de celebraciones.
Comenzamos el camino de regreso al carro de Lupita a las 8:30 y ella tuvo que esforzarse para recordar bien dónde lo había dejado. Por suerte, no perdimos mucho tiempo y cinco minutos después ya estábamos dentro del carro.
Su carro, comparado con el aspecto del centro era comodidad y seguridad. Tomamos el camino del Libramiento para llegar a Playas evitando el tráfico pesado de la vía rápida y en poco tiempo, llegamos a la universidad exactamente a las 9:00 am. En el tiempo que bajamos nuestras cosas y llegamos a nuestros salones respectivos se hicieron otros 3 minutos y de ahí en adelante, transcurrió un martes normal y relajado en la UIA para nosotros los alumnos de nuevo ingreso.
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