lunes, 22 de septiembre de 2008

Cómo y cuándo conocí a mi amigo imaginario

Estaba yo chica, muy chica, mi mamá me había llevado a una tienda en Estados Unidos donde vendían de todo: ropa, zapatos, perfumes, cristalería, decoraciones, un poco de joyería y lo mejor de todo, peluches. Mientras mi mamá buscaba ropa para mí, yo me fui a la sección de peluches y ahí fue donde lo encontré: a mi mejor amigo. Fue como si desde el fondo del montón de peluches me llamara “¡Hey! ¡Llévame que soy súper lindo!” Era pequeño, gordito y monocromático, ah claro, excepto por su piquito y patitas amarillas. Lo tomé en mis manos, y se me quedó viendo atentamente, para ver si sí lo iba a llevar conmigo o no. Estaba yo contemplando a ese pequeño pingüino cuando mi mamá me habló avisándome que ya nos teníamos que ir a pagar. En un segundo le dije “¡Ven conmigo! Métete a la bolsita de mi vestido” Y en un brinquillo, el pingüino choncho se metió en mi bolsa cabiendo perfectamente, y para mi sorpresa el bulto ni se notaba.

Llegamos a mi casa, y por fin pudo salir el pingüinito. “Te llamarás ‘Pingϋi’” le dije. Y él lo aceptó con gusto. Así fue como Pingϋi y yo comenzamos a siempre estar juntos. Le daba de comer, me acompañaba a las vueltas con mi mamá, lo bañaba, jugábamos a “La comidita” juntos y por supuesto, dormía conmigo. Al cabo de unos años, y mientras todos en mi familia crecíamos, Pingϋi se quedaba igual, eso fue muy curioso, pero no le presté atención. Comenzamos a viajar mi familia y yo, y Pingϋi me acompañaba. Fuimos a Las Vegas, a San Bernardino a esquiar, al Parque Nacional Sequoia, San Francisco y Sacramento en California, a Los Mochis en Sinaloa, incluso creo que al Distrito Federal y también a Guerrero Negro en Baja California. Fue aquí donde sí empecé a notar cambios en Pingϋi: su mirada se hacía más profunda, su carita mostraba madurez y sabiduría (aunque es chistoso decir esto pues, ¿Cuánta sabiduría puede tener un pingüino? Pues Pingϋi me demostró que mucha).

En el último viaje que realizamos juntos, fue a Europa. Pingϋi subió hasta lo más alto de la torre Eiffel y fue ahí donde aprendió a volar. Imagínense mi satisfacción y felicidad de saber que Pingϋi por fin podía cuidarse solo, así como yo pronto lo aprendería. Desde ese viaje Pingϋi y yo somos personas muy independientes. Ya no lloro ni me angustio cuando él no está conmigo o cuando pienso que lo he perdido, pues ahora sé que donde quiera que esté, esta muy bien, sano y feliz recordando todo lo que él y yo vivimos juntos.

No hay comentarios: